La otra Tierra by George H. White

autor:George H. White [White, George H.]
La lengua: spa
Format: mobi, epub
Tags: Ciencia Ficción
editor: Valenciana
publicado: 1976-01-01T00:00:00+00:00

CAPITULO VII.

A las ocho de la mañana, después de haber tomado una taza de café y un par de pasteles, Betty Seton fue sacada de la celda y conducida a presencia del capitán Bliven, cuyo rostro macilento denunciaba el cansancio de una noche agitada.

—Me engañó usted —dijo Betty acusadora —. Prometió no pronunciar cargos contra mí por haber ayudado a escapar a Aznar.

—No he formulado cargos contra usted —dijo Bliven con aire de fastidio —. Es el Departamento de Inmigración quien la acusa.

—¿De qué?

—De ocultar y proteger a un extranjero introducido ilegalmente en los Estados Unidos. El inspector Tennesi ha venido a buscarla. Vaya con él y pórtese bien, no empeore más las cosas.

Poco después Betty viajaba en un automóvil junto al joven inspector Tennesi del Departamento de Inmigración. Al pasar cerca de un puesto de periódicos Betty pudo escuchar al voceador:

—¡La Policía captura al "hombre de Saturno"! ¡Misterioso extranjero es capturado por la Policía!

—¿Podemos parar a comprar un periódico? —insinuó Betty. —No —fue la seca respuesta del inspector.

Minutos después Betty se apeaba del automóvil ante el edificio del Departamento de Inmigración llevando en una mano la máquina de escribir, y en la otra la bolsa de plástico con el membrete de un supermercado de Long Beach, llena de latas de conserva. El inspector Tennesi la seguía llevando la maleta.

—Por lo menos este edificio tiene mejor aspecto. Espero que sus calabozos sean más cómodos también —dijo Betty.

Tennesi la asió por el brazo y la llevó al interior del edificio. Este se correspondía con el aspecto exterior, con amplios pasillos, pisos brillantes y placas de mármol a lo largo de las paredes.

Tennesi la introdujo en una espaciosa antesala y la hizo sentar en un banco de madera, pulido y abrillantado por el uso.

Mientras esperaban llegó un hombre todavía joven, alto y delgado, con aspecto de intelectual, que usaba gafas de cristales ligeramente ahumados con montura de oro.

—Usted debe ser la señorita Seton —dijo el hombre pasándose de mano una carpeta azul para ofrecer la diestra —. Mi nombre es Warden, soy el psiquiatra que ha estado interrogando a su amigo.

Un poco confusa, ante tanta amabilidad, Betty estrechó la mano del doctor.

—Su amigo es un hombre realmente notable —dijo Warren.

—Sí lo es —contestó Betty evasivamente.

—No ha sido muy explícito. Hubo que sacarle las palabras con pinzas, y no fue mucho lo que dijo. Sólo que usted conocía su historia y que no hablaría sin su presencia.

—¿Quiere decir sin mi presencia?

El doctor asintió con una sonrisa. Una secretaria asomó por una puerta.

—¿Miss Betty Seton? Haga el favor de pasar. Usted quédese ahí, Tennesi. Pase usted también, doctor, el superintendente Karlsen le espera.

Betty se puso en pie cogiendo maquinalmente la máquina de escribir y la dichosa bolsa de plástico.

—Déjelo aquí, nadie se lo va a robar —gruñó el inspector quitándole la máquina y la bolsa de las manos.

El doctor Warden cedió gentilmente el paso a Betty, primero a un antedespacho, donde trabajaba una mecanógrafa, y atravesando éste por otra puerta que la secretaria mantenía abierta, a un lujoso despacho, en uno de cuyos rincones descansaba la bandera de los Estados Unidos.

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